martes, 4 de noviembre de 2014

Perú Norte


En el Calvas se bañan unos muchachos y los envidio, el calor es brutal, he descendido muchos metros durante varios kilómetros y a las dos de la tarde el sol está rabioso y me muerde la piel del rostro que percibo tensarse mientras se deshidrata.

Cruzo el puente internacional, ambos lados tienen las barreras bajadas pero no hay nadie para levantarlas así que paso por debajo, agachándome y empujando a Bicicleta. Muestra inequívoca de lo remoto y relajado que es este borde.

Inmigración cerrada...sera hora de almuerzo, espero.

- Mierda, ya son las cuatro, llevo casi dos horas esperando y aquí no aparece nadie. ¡Ey, Compa! ¿tú sabes dónde vive el oficial?

Llamo a la puerta dos veces. El almuerzo había terminado en siesta y quince minutos más tarde un señor con los ojos hinchados y la boca pastosa me da una fría bienvenida al Perú.

Puesto de "control" policial.

Los días que toca cruzar fronteras son días que no me gustan mucho. Siempre va uno en un ligero estado de alerta, hace tiempo que la costumbre y usando el sentido común las paso tranquilo pero Perú guarda mala fama por algunos sucesos que me rondan la cabeza.

En el norte hay un lugar donde asaltan a los ciclistas una pandilla que va en motocarro. Paiján, ese es el nombre del lugar, quedaba bien lejos de la remota frontera de las montañas pero no pude evitar tensarme los primeros kilómetros cada vez que vi una de esas motos paradas en medio de la carretera con sus ocupantes aparentemente haciendo nada.

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Pero tan cierto es esto, como que en menos de lo que atardece esos días de transición, alguien me hace aterrizar y avergonzarme de mi desconfianza.

En la aldea de Namballe , Antonio y yo cuidamos que la noche no desampare las dependencias del ayuntamiento, donde no tardan en acomodarme.

Mientras compartimos la sopa de lentejas y papas, me cuenta que está ahí solo por un tiempo, por las elecciones, que el vive en la selva con los indígenas, que ya tiene un terrenito limpio para levantar la cabaña y plantar un poco de comida.

En lo que me platica sin descanso, miro sus envejecidas manos sexagenarias, tallando lentamente con un destornillador viejo un silbato en piedra, pienso en lo increíblemente sencilla y limitada que es su vida. Sus planes después de sufragar son, construir una choza en un par de días y ver crecer las papas, el fréjol y los plátanos mientras da forma por horas eternas a sus artesanías de cualesquier mineral del río y a judgar por su expresión y énfasis ser plenamente feliz y no necesitar nada más. Envidiable.

Esa búsqueda universal de la felicidad que cada uno llevamos dentro, parece resultar una formula sencilla viéndole.

¿Yo sería capaz? No creo.

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Pistas de tierra me descienden suavemente hasta el  caudaloso Chichinpe, por las paredes allá a lo lejos se desagua la selva que da de beber a estos arrozales que ora se extienden en la lejanía, ora, pierden terreno según me adentro en el cañon.

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Jaén, allí Miguel Obando me da una cálida bienvenida a su familia. El plan era quedarme una o dos noches máximo, pero Miguel me pide que le eche una mano con unos asuntos en Chiclayo, viajando a la costa. Además bicicleta esta desmembrada y recuperándose leeentamente del barrizal entre Ecuador y Perú.

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Fueron seis días de agonía, en una ciudad atestada de motocarros, ruido y gentes inevitablemente teñidas del gris de sus calles.

Una agonía que me desespera por momentos, voy muy retrasado respecto a los que me preceden y la ventana del corto verano en la Patagonia me pisa los talones.

Cruzo el emblemático Marañón en una barquita y me salpican aguas que no tardaran en llamarse Amazonas.

Durante una semana remonto el Uctubamba. Los primeros rodando un basto valle inundado de agua y verde donde los campesinos trabajan los campos de arroz.

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Disfruto de los últimos rayos de sol calidos bañandome en un afluente para, en un brusco giro encañonarme entre paredes verticales de pliegues rocosos que fugan más arriba de lo que la visera de la gorra permite.

Acompañándome en todo momento el Uctubamba, juego con el a buscar truchas entre sus reflejos...cuando gano me acuerdo de cuando eramos adolescentes y pedaleábamos durante horas para ir a pescar a Sobrón. A veces me dan ganas de comprarme una caña de nuevo.

Luego me doy cuenta que no era por los peces, si no por el bocata con coca-cola, sentados en una sombra fresca, cagándonos en la madre del político de turno o solamente disfrutando de la música del embalse golpeando suavemente las rocas.

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Gocta derrama su cabello de plata en un salto que salva más de 700 metros de caída libre...me desvié por instinto, ni siquiera lo tenía planeado.

Pensé varias veces que era una estupidez meterse en aquellas rampas serpenteantes, botando entre piedras durante cinco kilómetros. ¿Por qué?

Por tomar una taza de chocolate caliente sentado en la hierva, despidiéndome del poniente inundado en atardecer y murmullo de agua que se precipita.

Si, es un buen por qué.

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Acostumbrado a avaros explotadores de la tierra que les rodea, me encantó lo bien que lo han hecho en el tranquilo pueblo que aprovecha el turismo de la cascada.

Puedes montar la tienda en la plaza- campo de fútbol. Tienen baños públicos con ducha (todo gratis) y se interesan por que estés bien incluso después de haberte vendido la entrada a la tercera cascada más alta del mundo. Camino perfecto y bien señalizado. Centro de interpretación nuevo y en condiciones. De turismo sostenible y comunitario creo que podrían enseñar algunas cosas.

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Sigo trepando el retorcido intestino de piedra que el rio talla incansable, a veces, realmente bravo y en Tingo viejo me convidan a acampar bajo una palapa junto al río. Siempre el río. Y a quedarme un día extra. Como me dijeron, no debía perderme ir a las ruinas de Kuelap.

Echa cuentas, 90 km subiendo contra un viento atrapado en las paredes del cañón, que fluye como en cauce siempre de cara. Subidón a Gocta. Levántate cuando los gallos llaman a las primeras luces del alba y métete un Trekking de 4 horas para ver la cascada y pedalea otras 4 horas, subiendo por supuesto, que para eso es remontar un río. Madruga de nuevo si no quieres que a esa altura, donde uno puede tocar con las yemas de los dedos el sol, este te ase a fuego rápido ascendiendo en el treking a las ruinas de Kuelap donde llegas después de 4 horas y 1000 metros de desnivel más arriba. Dos días intensos...

Por suerte una familia me echo una manita para bajar con ellos y me convidaron a un bistec delicioso en plato rebosante de to-do. Bistec a lo pobre lo llaman supongo que irónicamente.

Ese atardecer la tierra aún ardía, no le quedaba mucho, tornabanse azul oscuro los montes al este y la noche venia fría como la anterior y la anterior.

Me baño ya en la penumbra de una luna llena prendida, antes de que se le escape el calor a mi cuerpo, a las piedras, al agua...

Guarda estos momentos buenos Alvarito...que los jodidos no faltan.

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En uno de los repliegues de la carretera el Uctubamba se despide a contra corriente horadando la montaña. Busca nacer.

Llego al final del valle y las rampas se endurecen para salvar el alto de Calla Calla.

Para duras las piernas, estoy agarrotado de la faena de los últimos días y para colmo comienzo a subir demasiado tarde, seguro de que ya no le quedará luz a este día en un par de horas y me va a tocar dormir bien alto aterido de frío.

Mereció la pena sentarse a contemplar los riscos encendidos en rojo y las voluptuosas lomas moldeadas en la luz que invadía un cielo azul puro e ingrávido.

Preparando la cena dentro de la tienda, a unos 3º y con un viento endemoniado nunca pensé que alguien apareciera.

Expliqué a la familia que la noche se adelantó y que por eso me había colado en la finca.

Ellos vivían unos ciento de metros más abajo en una casita cosida al  abismo junto a un puberto Uctubamba. No la había visto, ni siquiera había imaginado que allá, tras el recorte del monte, colgando en medio de la nada, pudiera haber una casa y mucho menos habitada.

Aún hoy me arrepiento a la invitación de pasar la noche con ellos y conocer como vivían, pero con el chiringuito montado y la cocina a todo gas no era cuestión de traslados.

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Sol, es lo que se ha de esperar en la mañana, su preámbulo claro y azulado no vasta para salir del saco y enfrentarse al hielo y escarcha formada por todos lados.

Uno mete la  cabeza dentro del saco, se arrebulla, se aprieta contra si mismo.

Siente su aliento calentando el mínimo espacio inundado tenuemente de la luz clara de la mañana que consigue traspasar las diferentes capas de nailon.

Me entretengo en cada pesado parpadeo de despertar, mirando las plumas a contraluz, atrapadas en la tela que suena como arena fina con cada respiración.

El lugar es tan íntimo que los trinos y gorgojeos de allá fuera suenan realmente lejos. El resto del mundo ni siquiera existe.

Uno mete la cabeza dentro del saco y desea despertar así cada mañana

Culminando el Calla Calla te puedes sentir poderoso y orgulloso por lo hecho. Habían sido cuatro días extenuantes y ahora me columpiaba de una nube allí arriba, viendo como la tierra se arrugaba bajo mis pies, hundiéndose a una escala difícil de concebir sin una referencia. Solo la fina culebrilla albina de hormigón pirueteando faldas abajo me mostraba desde lejos lo imponente de estos andes.

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Soy propulsado por el vendaval que peina estas cumbres, a mas de sesenta kilómetros, con curvas de ciento ochenta grados que terminan en abismos verticales.
Pareciera que las montañas quisieran despeñarme por humillarles con mi conquista, por suerte solo mi gorra pereció en el despropósito del viento.
La bajada es vertiginosa por momentos, soy un niño que le encanta jugar a deslizarse cuanto más rápido posible, mejor. En una de las curvas tengo que decidir cortarla tan cerca del precipicio para no estamparme contra la montaña, que la palma de la mano es suficiente para medir la distancia entre las ruedas y el barranco. Me da un vuelco el corazón, subidón de adrenalina, ¡estoy vivo!
Sesenta y pico kilómetros cuesta abajo y sin pedalear, la carretera se retuerce eternamente buscando los 900 m.s.n.m  de Balsas. En la mañana amanecí a 2º y ahora estaba a casi 40º.
Recuerdo que los pocos kilómetros que hice dedo en Honduras y Nicaragua no me pesaron en absoluto, fueron para llegar a tiempo de ver una buena amiga y el paisaje era anodino, yermo y azotado por viento sur.
Pero la subida a Celendín de más de 2500 metros positivos y jornada y media para completarla, me dolió en alma hacerla  en la parte trasera de una Pick Up. Preciosa carretera, promesa de una satisfacción dura de alcanzar, pero satisfacción al fin y al cabo. Lo peor el motivo, debía adelantar una jornada para llegar a tiempo de recibir un paquete dos días mas adelante en Cajamarca.
Una semana atrapado en Cajamarca, peleando con DHL y la aduana, me hacen tomar la decisión de cambiar el rumbo. Daré un rodeo de unos cientos de kilómetros para bajar a la costa, a Trujillo, donde solucionar el problema con el envío que espero, y de nuevo regresar a las montañas. Al menos en ese tiempo en Cajamarca famosa por sus lácteos puedo comer harto dulce de leche y queso en sus diferentes presentaciones, y para no perder las buenas costumbres, Herbert, mi anfitrión y yo, nos corremos sendas juergas de esas que dejan resaca.
Camino los pasillos angostos del mercado municipal buscando comprar algo de arroz y lentejas para los cuatro días que me separan de Trujillo.
Además quiero desayunar pero al pasar por el puesto de todos los días, el de mejor aspecto entre todas las tasquitas, no me detengo.
Me siento un poco "mal" por la plata que he gastado en cerveza y como ese día es el de partida ya estoy en modo ahorro total y me siento en el cuchitril de un par de cholitas de diecinueve, vestidas con delantal blanco y gorras de propaganda del bbva, por eso de dar identidad a la tasca, digo yo.
Voy a ahorrar unos miserables céntimos de euro, pero es algo más psicológico que otra cosa. Igual tenía que haber ido al puesto de todos los días...
Espero. Ni caso y eso que soy el único en la pequeña barrita de escaso metro y medio. Bueno el único no, hay un chulapo de camiseta sin mangas y pose de malote de "Greasse".
Casi ni se le oye, pero debe de ser muy gracioso o cochino lo que dice por que ellas se ríen como ardillas sonrojándose y amenazan a su Travolta con salpicarle agua.
Caguen la leche Álvaro, ¡Vete ya!
Al fin, decido interrumpir el sutil y elegante flirteo y pedirle un desayuno, que le toca servir de muy mala gana a la cholita, amiga de la afortunada que se llevaría al galán.
Avena, con café y sanduche (sandwich) de pollo....se le olvidó decir macerado en un virus simpático que lo mismo se manifiesta en gastroenteritis y o gripe jodida. Precio a pagar por ahorrarse unos céntimos.
Para bajar a la costa se puedes elegir entre tres o cuatro opciones. Una aparece en todos los mapas como carretera principal. Perfecta alfombra de asfalto tendida sobre el valle del Jaquetepeque que te posa suavemente junto al mar.
Las otras dos o tres son pistas de tierra y roca en mal estado que escalan un ramal de la cordillera central, trazando curvas de manera tal que ni en google maps se han preocupado de dibujar como son, directamente pintan rectas cada quinientos metros.
Escogo una de ellas y cuando llego al desvío un mototaxista me advierte de dos cosas.
Primero. No voy a poder subir por la trocha en bicicleta. El firme está muy roto y el continuo desgaste de los taxis todoterrenos han convertido cada curva en un banco de arena fina como polvo, amen del fuerte desnivel a salvar en los 30 kilómetros.
Segundo. No me debe de sorprender la noche, pues hay una linda muchacha rubia que se aparece en las curvas y cuando esto ocurre es muerte segura para el desafortunado conductor. La Gringa la llaman.
Y como no me asustaba ni el estado de la carretera, ni una preciosa jovencita en vaporoso vestido a través del que se marcan sus turgentes pech.... estoooo, ok me centro.
Era cierto, la pista estaba hecha mierda, el avance penoso por momentos me hacía apretar los dientes, cubierto de tierra y sudor, manteniendo la trayectoria como podía en la capa de polvo que a ratos superaba los 30 centímetros. Me sorprendió el atardecer a media subida.
El lugar elegido, un balcón formado por el vértice extendido de una de las curvas, parapetado por una montonera de rocas que me ocultaba de los coches, un riachuelo para bañarme y vistas de millonario.
De la Gringa ni rastro... Probablemente olió el fuerte aroma a testosterona de ciclista solitario y no se atrevió a asomar el hocico. Una pena, lo habríamos pasado bien, da igual, a estas alturas ya estoy acostumbrado
Llegué a Contumazá al día siguiente en plenas fiestas patronales lo que complicó un poco el asunto para pernoctar. Todas las instituciones a las que suelo recurrir estaban cerradas o en operativos especiales por las fiestas y no podían ocuparse de un gringo.
Después de una hora buscando asumo el hecho de que debía encontrar un hospedaje pero los tres posibles lugares estaban completos.
Entonces recurrí a la gente preguntando por los comercios quien podía rentarme un cuarto o siquiera dejarme montar la tienda en algún garaje... Absolutamente todos a los que pregunté me dieron largas.
Sin preocupación pero un poco decepcionado me senté en la plaza del pueblo a comer un dulce de leche frita y decidir el plan a seguir, probaría en la iglesia y si no funcionaba continuaría unos kilómetros, ya casi de noche, para buscar un sitio tranquilo en el monte. Era fácil imaginar la apretada agenda del templo por las fiestas y que la respuesta sería, con probabilidad negativa.
Cruzo los dedos, una película fina de polvo y sudor me viste de frío que cala hasta los huesos y que las capas de ropa no son capaces de combatir. Han sido dos días duros de subida, estoy agotado y además cargo el virus regalo de las cholitas cajamarquinas. Si aunque sea me dejasen un rincón de algun pasillo...
En el templo resuenan los vientos de los miembros de la orquesta municipal que ensayan anárquicamente, un par de monjas y algunos seglares se afanan en la decoración del retablo y el paso con la figura del homenajeado, otros rezan, miran de reojo o duermen en las bancas. Demasiada actividad para que me atiendan me temo.
Llamo a la puerta de la sacristía, espero, llamo de nuevo. Manuel me abre y le suelto la retahíla de siempre...quien soy de donde vengo y que necesito.
Sin mediar palabra me dispara a quemaropa un abrazo traidor, que de un codazo derriba mi estupor inicial y se me anuda tenazmente en la garganta, pugnando por subir y desahogarse por los lacrimales. Tengo que hacer uso de toda mi estoica hombría para disolverlo en lo más profundo de las tripas y que no me delate, que no se note que el inesperado golpe me ha tocado hondo.
Fueron tres días en la mejor de las compañías. El padre Manuel y una nutrida visita de amigos de Cajamarca que guió en el pasado. Manuel estuvo a la cabeza de la catedral de esa ciudad y lideraba grupos de lectura e reinterpretación de las sagradas escrituras desde un punto de vista aplastántemente lógico, racional y adaptados a los nuevos paradigmas a los que se enfrenta la iglesia. Sin olvidar un espiritualidad y fe meditada, serena...sin fuegos de artificio.
Este tipo pone en tela de juicio pilares como la confesión, las procesiones, las figuras y reliquias etc, etc, lo que le valió el destierro a este pueblito en medio de las montañas, habitado por necios incapaces de ver al hombre brillante, humano, único que tienen al alcance. Al menos Manuel les sirve para inventar comidillas, dimes y diretes. Y entretener al pueblo tampoco está mal.
Recuerdo el día de la procesión, como cada uno de los 12 porteadores que me habían negado hasta el más humilde de los techos retorcían sus caras bajo el paso con Santo Tomás cargado de plata. Expresiones de sufrimiento, arrugas marcadas y labios entreabiertos brillantes de fatigada saliva.
En realidad el día anterior, ayudando a preparar el circo habíamos levantado el paso sin esfuerzo alguno entre dos hombres y dos mujeres. Pero ellos se sabían el centro de atención, la pista central del show, y como es sabido no hay que defraudar al público.
- Mira Álvaro, así funciona aquí la cosa. Llegué un día a una de las pequeñas comunidades indígenas que tengo que atender y van y me piden un sencillo templo.
Y yo que les pregunto que si quieren una iglesia querrán un Patrón, ¿no?. Claro padrecito, me responden ellos. Y que si tienen un Patrón le tendrán que celebrar una fiesta, digo yo. Y mira, como cobro por misas...pues más plata para el bolsillo.
Pero tu que has visto aquí en Contumaza, dime. Las calles sucias y asquerosas de meados y casi cada uno de los hombres del pueblo borrachos como cubas si no están inconscientes en el suelo, cargando sus pantalones cagados y la vergüenza de su esposa e hijos.
Yo escuche sus peticiones y una vez formuladas vinieron mis dudas y preguntas. A que hora se levantan vuestros hijos para ir a la escuela. A las 5.00 de la mañana, me dijeron, caminan dos horas para ir a la escuela, me dijeron. ¿Desayunan?, lo que "aiga" respondieron.
¿Sabes que? Mientras sea el párroco de esta zona ellos no van a tener su iglesia, lo que hicimos fue construir una escuela, los domingos retiramos las mesas entre todos y ahí mismito celebramos misa tan agusto.-
Fue el día que decidí partir finalmente que Manuel me dijo que me quedara a comer con todos. Estábamos en animada reunión en el acogedor comedor cuando llaman a nuestro anfitrión, invitado a la comida organizada por los nietos de los antiguos hacendados, ahora abogados en Lima. Estos habían regalado una comida popular a todo el pueblo, pero a esta mesa solo irían los personajes ilustres. Entre ellos el mismísimo monseñor que había desterrado a Manuel de Cajamarca y estaba aquí para oficiar la misa mayor.
-Esos malnacidos, en vez de regalar unas cuantas papas cocidas a esta gente, deberían de ceder a la comunidad todo lo que se robaron sus progenitores. En fin chicos, ¿Sabéis qué?, guardemos la comida para la cena...nos vamos a comer elegante.-
No se quien decidió que un ciclista vestido de faena con la ropa hecha un Cristo era la mejor opción para darle conversación a Monseñor de gesto serio, bronco y poderoso. Un riojano alto y de poblada barba flotando en la soledad de su cargo. Por suerte apareció el Alcalde con retraso y en hábil jugada le cedí mi silla para irme al otro extremo de la mesa junto a mis amigos. Por el mohín de Monseñor, no debió gustarle mucho el cambio por el lameculos político, lo cierto es que manteníamos una interesante conversación.
Un besamanos como broche final de la comida ya me hizo romper el descojono interior que llevaba aguantando un buen rato... Todos desfilando dando la mano al Alcalde a Monseñor y al chupatintas que ponía el parné. Un joven de unos treinta años con el palo de una escoba metida por el culo. Cuando me toco darle la mano agradeciéndole ni me miro a los ojos, seguro que no le hacía ninguna gracias que se le hubiese colado un indigente en shorts...por mi parte no pude reprimir una sonrisilla que me ladeo la comisura izquierda de los labios.
Podría escribir muchas más líneas acerca de Manuel, pero de seguro os hacéis una idea del tipo de hombre que es. Por cierto de forma particular acepta propuestas, proyectos y voluntarios que quieran mejorar este mundo en el que vivimos, independientemente de raza, sexo, religión o cualquier etiqueta que porte. ¿Os gustaría vivir una temporadita en Contumaza? Contactadme.
Una carreterita prendida de la pared de la montaña me destroza las articulaciones en un baile donde ella dicta los pasos y yo el tempo, en este caso lentissimo si no quiero despeñarme durante unas decenas de metros.
Alcanzo por fin la costa, la feísima panamericana que me lleva a Trujillo donde visitaré una de las Casas del Ciclista más famosas del mundo. Serán más de dos semanas esperando que los inútiles de DHL en Perú me entreguen mi ansiado paquete. Dos semanas de momentos laxos y de ratos intensos....no me bajo de la montaña rusa.
Que lo lleven lindo. Muak!

jueves, 11 de septiembre de 2014

Península de Yucatán

Por primera vez en mis treinta y tres años de vida paso las navidades fuera de casa. Unos días en los que eché de menos a mi familia pero en los que, a cambio, pude compartir un pedacito de vida con nuevos amigos que siempre recordaré.

Y entre otras cosas, mi compañero de aventuras y el menda se regalan por las festividades todo un señor buffet de once dolares, que aquí el amigo asiático amortiza comiéndose, diez huevos y aún así dice que las cuentas no están saldadas.

Por mi parte me sale comida por las orejas, nos vamos cuando siento ganas de vomitar y el camarero comienza a mirarnos mal. Como dice mi amigo Santiago Lara de la casa del ciclista de Tumbaco, en las fiestas de los ciclistas olvídate del trago, lo que cuenta es comer.

Estamos emocionados: ¡vamos a quemar el pueblo! pensamos. Que cojones , una de cine.

-¡Siii, y tambien a los bolos!-

A Yuta le brillan los ojos y enseña una sonrisa de la mas pura y sincera alegria consumista...no te pases chaval, cine y ya, que con esa plata comemos tres días.

El veinticinco y noche vieja entre San Cristobal de las Casas y Palenque. Compañia excelente.

Y de nuevo, después de un par de semanas de poco rodar, de excesos gastronómicos y de un episodio fuertecito de los recurrentes males estomacales, el día de reyes me despido de mi Quijote, (el porte manda y obvio a mi me toca Sancho), de mi amigo Yuta, de ese japones al que decía, rodamos unos días y luego, ya si eso, nos separamos. Ya ven ustedes, ingenuo que es uno, la historia duró casi tres meses.

El toma carretera directa a Guatemala yo desde Palenque giro el manillar de bicicleta que pone su rueda delantera rumbo al Norte. Hacia la península de Yucatán.

Revisando el mapa las distancias entre poblacione se antojaban bastante amplias y el calor en esas latitudes y con tan poco elevación no dan tregua, por eso cargué a Cleta un poco más de la cuenta. Seis litros de agua y bastante comida que resulta más barata comprar de una tacada en un supermercado que después en pequeñas tiendas durante la ruta. Bueeeeno...y mi panza con un pequeño sobrepeso de cochinita pibil, pero es que está taaan rica.





Recuerdo como en sus primeros metros el manillar flexaba y toda la bici se combaba por el peso. una sensación rara en la máquina y una sensación rara en mi estomago, presagio de un día duro.

El territorio sería desde ese momento en adelante muy similar, la península de Yucatán es una extensa plataforma continental totalmente llana donde la carretera corta la selva en un túnel de vegetación recto.

Kilómetros de aburrimiento persiguiendo las lineas de pintura sobre el asfalto, convergentes en un horizonte que nunca llega. Para colmo, ese primer día el viento soplaba duro de cara, lo suficiente para multiplicar por dos el esfuerzo de avance y por tres mi frustración.

Lo que no lograba el vientecito de marras era secar el sudor excesivo que expulsaba por cada poro de la piel y que empezaba a empapar la camiseta a la altura del vientre helado. De hecho todo mi cuerpo estaba cada vez más destemplado a pesar del calor y la humedad.

Algo no iba bien y a medio día era más que evidente que me estaba enfermando. Por mucho que bebiera sudaba cada gota de líquido y el apetito había desaparecido.

La carretera en obras, el carril estrecho, adelantamientos de camiones rozándome y ese maldito viento cada vez mas cabrón. Aprieto los dientes empanados en arena, la boca en una mueca estirada y la vista empeorando por momentos, me siento caer en un profundo pozo. Al fondo escucho gritos guturales, no veo los demonios, esta oscuro pero temo que me esperen.

No se bien como, pero tambaleándome logré entrar en una de las tuberías dispuestas a lo largo de la pista para los drenajes de la futura carretera. Me tomó dos horas rehidratarme y nutrirme. De atormentar mi sueño se encargaron los monos aulladores que por primera vez escuchaba. Así sin saber, acojonan tantito.

Debe uno tener cuidado con hidratarse bien en este México asfixiante, ya van unas cuantas de estas y me da que he incuvado una piedrecita en el riñon que me doblega cuando meo. Final féliz, monto la tienda en el porche de una familia y para merendar chocolate, Coca-Cola y rosca de reyes.



No se si es la charla que les doy o la pena de verme bajo ese sol y sudado como un pollo, pero en días venideros, me hacen hueco por la noches en los controles fitosanitarios y con suerte hasta me regalan naranjas, de esas que les agarran a los que las quieren pasar bajo cuerda.

En Campeche, ciudad colonial y de historia pirata, descanso por un par de días con los bomberos y tengo medio juerga con unos contactos de Couch Surfing. Pena que no fuese juerga entera. Ya a estas alturas las ciudades coloniales me comienzan a parecer iguales, coloridas manzanas en cuadricula perfecta... me parece que me voy a dar más a las relaciones humanas que a la visita de museos.











-Hola, perdona...¿puedo preguntarte algo? Así fué nuestro comienzo, yo aprovechando la sombra de un parque de Merida y Humberto con su curiosidad por una bicicleta así de cargada. Charla que se convirtió en una invitación a comer mientras hablábamos del viaje y en la que debí mostrarme muy entusiasmado porque terminó con un sorprendente.

-Quiero hacer lo mismo que tu, quiero acompañarte.




El tipo tomó tres días para preparar su bici de carreras y su equipaje y lanzarse, sin pensarlo dos veces, a la carretera. Eso son huevos, ¿no?

No puedo olvidarme de Raul o el tío Rafa, que esos días en Merida me dieron posada y agasajaron con absoluta generosidad. También "salí de farra", ya lo he dicho. Cambio museos por personas.

No lo voy a negar, de tres personas con las que viajé anteriormente, únicamente funcionó con Yuta. Si, temía tener que decirle a Humberto que nos separábamos al poco tiempo. Incluso que el calor y la carretera fueran demasiado duros para el.

Pero... ciento veinte kilometros el primer día, hasta ciento sesenta y cinco en una de las etapas posteriores. Humberto gran parte del tiempo tirando en cabeza. Chitón Alvarito, que nunca se sabe por donde puede saltar la liebre.




Bufff, no puedo con ello, en serio que me carga. Vengo de rodar entre comunidades de cultura ancestral que me gritan ¡Gringo!, hablan dialecto, me convidan a tamal, donde los niños arrojan palos al Guero (blanco) por que es raro y va en bici pero que te tienen más miedo que un perro chico, de paisajes y gentes absolutamente únicos y de repente, esto:

Ruinas impresionantes reducidas a un circo de vendedores de baratijas chinas. Buses que escupen ordas de muchachos rojos como cangrejos con Ray Ban fosforitas de espejo o chatinas semidesnudas y aires de diva...bueno estas si me gustan un poco, pa'ver y eso.

Humberto y yo pasamos desadvertidos, ya no somos dos tipos que sucitan curiosidad en el pueblo, somos turistas del montón, más sucios y sudados que los otros, pero unos dolares con patas igualmente. Los precios se triplican. También se complica buscar quien nos de posada, bomberos, ayuntamientos o policía, todos nos sugieren que busquemos un hotel.








Despues de visitar, Palenque, Txitxen Itza y un par de ruinas más, decido que es suficiente y no entraré en otro mercadillo de esos hasta Tikal en Guatemala.

Cansados de carreteras monótonas, de la cicatriz negra perpetua sobre el fondo uniforme de azul y verde nos echamos a la jungla. A una brecha abierta entre la selva y ese mar caribe de playas blancas y paradisíacas.














En el mapa prometía la cosa. Y vaya, el camino no cumplió nuestras expectativas de tranquilo paseo a la vera del océano, pero desde luego no nos dejo indiferentes. Un día completo con sus seis horazas pedaleando para cubrir veintisiete kilómetros, en una pista reventada por los Jeeps que alquilan los turistas.

La reserva de Sian Ka'an es una preciosidad de trocito de selva que ha escapado (no del todo) a los complejos hoteleros. El acceso es limitado en numero para personas y vehículos todoterreno, además varios carteles advierten de no exceder los 30 kilómetros por hora pues es una reserva de alto valor ecológico con una biodiversidad única, con ejemplares de jaguar, puma, cocodrilos, tapir y un largo etcetera. Aún así y sabiendo esto, no falta el idiota que nos adelanta a toda ostia, dejando tras de si una nube de polvo y la pista rota y embarrada.











Llegamos destrozados al final de la ruta, un pueblito con calles de arena, casitas de madera y tejados de palma, cocoteros y un compás que parece suspendido en el aire. Tranquilo, precioso, sin coches. Solo el rumor del mar en su monólogo de olas eternas.





Nos quedaríamos un par de días, pero es época de mosquitos y esos pequeños jejenes cabrones nos espantan. Es imposible luchar contra ellos, son tan pequeños que se cuelan por cualquier lado aún llevando ropa larga y acribillan con decenas de picaduras hasta la mínima piel expuesta.

El repelente se lo pasan por sus reales y micrométricas partes al poquito de aplicarlo. Al día siguiente buscamos una barca que nos cruzó al otro lado de las marismas que separan la península rodada y salimos de nuevo por otra pista, algo menos rota que nos sacó de la reserva.






No es que no disfrutase el lugar, comí cocos gratis, vi un montón de animales y el lugar es increíblemente lindo pero rodar en esas condiciones nos dejo el cuerpo destrozado, el calor, los jejenes... Mención especial para Humberto que lo hizo en su bici de carretera, pinchó como cinco o seis veces y no rechistó nadita. Me quito el sombrero.

En la última jornada que nos acercaría a Chetumal en la frontera con Belize, tomo la delantera y cuando llego al destino me pido unos tacos y espero por mi compañero. Dos horas y no aparece. Decido buscar un teléfono público, recorro media ciudad y ni uno que funcione con monedas, tampoco veo ningún locutorio... ostis mira que lo ponen difícil para hacer una llamada.

Me voy a la casa del contacto que tengo y ya desde allí intentaría comunicarme con Humberto. Me recibió su compañera de casa, un poco apurada pues estaba preparando la maleta para salir volando al D.F.

El estaba en Cancún por dos días tratando asuntos personales y aún así el tipo me había dicho que si a mi solicitud de hospedaje. Me dio llaves y me abrió las puertas de su casa para que me quedase a solas con su mac, sus caras pertenencias y su intimidad. A mi, un perfecto desconocido.




Quizás el destino, a sabiendas que debíamos conocernos le susurro en las noches. -Fíate del chico, confía en el, tienes que recibirle... Paco, mi gran amigo de Chetumal fué el broche perfecto a México. La química funcionó desde el principio y podíamos hablar hasta la madrugada, amén de que es un tipo excepcionalmente inteligente, sensible a los demás, empático y de mente abierta como pocos. No me había ido y ya tenía ganas de regresar a visitarlo.

Humberto y yo nos despedimos sin hacerlo, aquel día que nos separamos el se había demorado reparando tranquilamente uno pinchazo. Para cuando contactamos ya estaba en un hostal, preparando su regreso en bus a Merida, el día siguiente.




Estás lineas las escribo desde Perú, acontecimientos posteriores hicieron que perdiera el artículo original. El tiempo, y tantas otras aventuras se han encargado de desvanecer ligeramente mis recuerdos y de manera más profunda mis emociones...quizás eso reste enfasis en lo que escribo pero lo que no ha cambiado es que México sea uno de mis paises favoritos si no el que más. Una tierra de contrastes profundos en su geografía, clima, riqueza y gente. Mil paises en uno solo que demoraras mil años en conocer. Gracias por todo cuates.

jueves, 30 de enero de 2014

De Cortés a Palenque

Estoy sobre la entrada del pequeño camino junto al borde del asfalto, por las rendijas de la mañana verde se escapa una brisa que me enfría la punta de la nariz y del degradado de las luces del alba despuntan los primeros rayos dorados que ya calientan suave, lentamente.


Desde lo alto del puerto se divisa buena parte del estado de Oaxaca, lo cierto es que fue una suerte encontrar el promontorio donde hemos pasado la noche, sin duda un lugar especial, alejado unos doscientos metros de la carretera y elevado sobre ella, nos proporcionaba la visión de las luces de los tráilers serpenteando montaña abajo entre los arboles iluminados por una oronda luna llena.

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Noches de magia.

Sujeto con fuerza el manillar para no ser vencido por el peso de Cleta, calo mi pie derecho en el automático y de un corto golpe pedal salvo los quince centímetros del zócalo de la carretera, recoloco de nuevo el pie para salir, una patadita más y en el mágico equilibrio de las dos ruedas comenzamos a deslizarnos suavemente, dejándonos caer, notando la aceleración paulatina del viento en la cara, el frío se cuela por el cuello de la chaqueta cerrada hasta arriba, pero el sol, que ya alcanza algunas curvas que escapan del sombrío, caldea cuerpo y espíritu.

Por el rabillo del ojo miro hacia atrás, nadie viene, es muy temprano. A través de los guantes acaricio suavemente el manillar mientras me suelto irguiendo el torso.

Cabeza, columna, cadera, piernas...todo rota, se comba, gira o pivota suavemente para mantener la trayectoria, corregir esos primeros instantes en los que calculamos, medimos y controlamos el peso, el nuevo centro de gravedad, ese que cambia cada día según las provisiones o la posición de la carga dentro de las alforjas.

La velocidad aumenta, las curvas se cierran y bicicleta y yo somos uno, puedo sentir cada pequeña irregularidad del asfalto y ella responde al más mínimo movimiento de mi cadera, el control es total y comenzamos a disfrutar de verdad casi a entusiasmarnos.

Pronto me guiña con un destello en el pequeño espejo retrovisor, es la señal, los dos queremos hacerlo y el momento es perfecto. Estiro el cuello, coloco totalmente vertical la espalda, extiendo a noventa grados los brazos abriendo ampliamente la caja torácica, endureciendo los abdominales, tensando las piernas, percibiendo cada músculo, siendo consciente de cada movimiento y haciéndolo fluir a través de la cadena articulada que somos Bicicleta y yo.

Primero la rueda delantera en una bonita curva ascendente y detrás, siguiéndola, la trasera. Nos elevamos despacio, pero no importa no hay prisa, ya nos encontramos a dos metros del suelo y por un momento pienso que si algo sucediera el golpe iba a ser bien jodido.

Disipo rápidamente la imagen de mi cabeza, quiero seguir disfrutando, no todos los días vuela uno, y el precio está pagado, fueron tres horas de la tarde de ayer, escalando un puerto con las ultimas luces del día.

Esta señal nunca miente, toca subir.

El pasado se cruza un instante por mi mente, miro el reloj, la fecha, la hora. ¿Que hacía unos meses atrás, justo en este preciso instante? Me siento tan afortunado, he cambiado estar conduciendo mi coche hacia el trabajo en una fría y oscura mañana de invierno, por planear sobre México un lunes a las 7.30.


Una gran sonrisa incontrolable, que brota directamente de las entrañas se dibuja en mi gesto. El conductor del Volkswagen bochito que sube renqueante la cuesta en dirección contraria, nos mira atónitos, con la boca abierta y torciendo el cuello para asomarse al parabrisas delantero se frota los ojos con el reverso de la mano derecha para confirmar que no esta soñando. No es para menos, no todos los días ve uno una bicicleta tan rechula volando con esa gracia.

Ya estamos tan alto como la copa de un árbol, desde aquí disfrutamos del cañón sobre el que se enroscan las curvas y que se pierde a nuestra derecha. ¡Que bonitos se ven los arboles, los cactus, la roca todo bañado por esa luz, como si fueran mitad de ámbar!

Encojo los hombros juntando los puntas de los omoplatos, los codos levantados a la altura de las orejas y las manos relajadas, descolgándose, preparadas para recibir el latigazo. Las levanto rápidamente y envío toda la energía acumulada en la espalda a través de cada articulación hasta la punta de los dedos, en una potente y orgánica batida de alas, que nos propulsa a los cincuenta kilómetros por hora donde aletea violentamente mi plumaje de Gore tex rojo e inyecta adrenalina en cada recodo del animo.

Pringado Leo di Caprio, no hace falta un Titanic para ser el rey del mundo.

Ya se vislumbran los humos que se elevan de los comales allá en la aldea, preparan las tlayudas de maíz para el desayuno. El tope, que siempre encontramos a la entrada esta cerca y yo me inclino despacio y me agarro de nuevo del manillar, le cuento a Bicicleta que ya tenemos que bajar, que no se preocupe que mañana y al otro y al otro, si podemos, volveremos a volar. 

Tlayuda y Atole.

Descendemos suave, igual que despegamos, en una harmónica curva en el vacío, noto el contacto, de nuevo la rugosidad del asfalto y los murmullos del caucho sobre este, con mis dedos índice y corazón acciono las manetas hidráulicas del freno. En un rato pequeño estaré con un Nescafe entre las manos y una quesadilla.

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Y una vez más son los bomberos que me reciben, la bajada del paso de cortes fue mucho más complicada de lo que cabía esperar, un camino de tierra con bancos de arena que bloqueaban inesperadamente las ruedas de Cleta haciéndonos caer en unas pendientes que le sacaron los colores a los discos de freno, también fue esa tarde en la que nos separamos momentáneamente Yuta, David y yo.

Llegue  de noche a la estación con pinta de refugiado de guerra, polvo y tierra como para plantar papas en las orejas y cara de haber parido un bebe hipopótamo, pero en dos horas estaba recién duchado (usando agua calentada con una resistencia en un cubo y un recipiente de yogurt de medio litro para verterla sobre mi).

Y en la mesa con otros seis hombres compartiendo la cena deliciosa de pollo, cerdito y frijol, haciendo bromas sobre la inventada homosexualidad de uno de los bomberos, el más gordito y tímido y riéndonos a carcajadas de alguna que otra anécdota, por supuesto siempre haciendo mofa del pobre desgraciado que hacía las veces de diana en ese momento.

Personas con recursos escasos o inexistentes para hacer su trabajo, pero a los que les sobra voluntad y hospitalidad.


Ya en Puebla comienzo a sospechar algo que venía mascullando. Todas las ciudades coloniales me comienzan a parecer iguales y definitivamente si algo va a hacer que mi experiencia sea especial va a ser por parte de la gente, aquí visito alguna que otra capilla famosa y me encabrono una vez más con la iglesia y sus paredes forradas de oro y estómagos forrados de hambre.

Arquitectura colonial.

La tierra que separa Puebla de Oaxaca hace magia, tan pronto estas dentro de un desierto de cactus cardones y paredes de cañones rojizos donde solo cabe esperar la emboscada de los indios, como ruedas al lado de plataneros o te metes entre un bosque de robles.

Montaña.

Valle.

Teotitlan de Flores Magon, fue en este pueblo que medró en estos parajes donde encontré a Eric, o más bien me encontró el a mí. Andaba yo rondando el ayuntamiento para ver si me dejaban dormir en alguna sala cuando se acercó, me estrecho la mano y en un cruce de cuatro palabras ya me había ofrecido dormir en la casa junto a su familia. Esto me ha sucedido más de una vez, pero no deja de sorprenderme cuan hospitalaria es la gente, pensadlo, ¿cuantos de nosotros abriría la puerta de su casa a un tipo que no conoce ni de cinco minutos?.

Chicos de la escuela de Teotitlan.

Eric, profesor de música, junto a su mujer y algún chico más tienen un coro que toca en las iglesias y ese noche me invitaron a asistir a una función especial en conmemoración de la patrona de las fiestas.

La misa se celebró en uno de los barrios mas humildes del pueblo, bajo un techo de chapa sustentado por dos paredes de bloques de hormigón que hacía las veces de iglesia. La gracia del asunto es que toda la colonia estaba formada por indígenas y de pronto me vi sentado en uno de los bancos corridos rodeado básicamente de mujeres con niños colgando y ancianos que me miraban de reojo preguntándose -¿Y este de donde se ha caído?- y ya no os cuento cuando el cura pedía que nos levantáramos y mi cabeza sobresalía por una medida de las de todo el mundo y quedaba expuesto a toda la congregación. Toda una experiencia.

No me gusta que me rodeen. En mi camino a la ciudad de Oaxaca me tope con decenas de camionetas que regresaban de una romería en honor a la virgen de Juquila y fue en una tiendita-restaurante de carretera donde pare a comprar una Coca Cola que un grupo de estos piadosos "buenhombres" me casi-obligaron a aceptarles unas cervezas.

"Fábrica" de Mezcal.

Me encantan estos católicos peregrinos, agradeciendo a Dios rotulando sus vehículos que conducen borrachos como cubas y que limpian el polvo de mis alforjas en las curvas de la carretera.

Y ahi estaba sentado con la familia, ellos balbuceando la fe que le tienen a la Juquilita y lo buena que se pone la procesión (me lo puedo imaginar a juzgar por los alientos) y ellas aguantándoles la peda, cuando llegó una nueva camioneta perteneciente a la comitiva, de la que se bajaron no menos de diez mexicanos sin camiseta, algunos rapados, tatuados y por supuesto todos igual de borrachos, rodeando a Cleta, toqueteando el mapa, su amortiguador, las ruedas... Note como la pobre me miraba, como diciéndome, -Veeeeeen-. -

Tranqui compa, solo están curiosos- me decía el de los balbuceos. Si vale, ok, pero me levante para ver que le hacían a Cleta y ya me vi rodeado al completo por todos formulando preguntas a toda velocidad que no me dejaban terminar de responder, muy intrigados con para que valía cada cosa y cual era su precio, hasta el valor del pinche mapa del oxxo querían saber.

Y es cierto que era pura curiosidad y que preguntaban de buen rollo, pero en esas situaciones, entre una panda de borrachines, me siento como si sujetara una cerilla que se apura dentro de una habitación con cajas de TNT.

Doñas.

Había leído por las retorcidas curvas del dibujo del mapa que el puerto a salvar para llegar a la ciudad de Oaxaca iba a ser dificilillo, pero nunca imagine que me tomara dos días durísimos, donde el calor, la falta de agua y las rampas interminables me complicaron la vida un poco. Y eso que el panzudo peregrino me dijo que en un par de horas me lo ventilaba. Pero también es cierto que después de mucho tiempo volvía a acampar en mi hotel de mil estrellas con cena incluida en compañía del viento de la noche y los recuerdos del día.

Y carreteras dibujadas sobre curvas de nivel que se pliegan y repliegan me llevan a Oaxaca donde tuve la buena suerte de ser víctima de la hospitalidad de Omar, una especie de guía alternativo conocedor de los rincones más interesantes de su ciudad y que permanecen ocultos a los libros de Lonely Planet.

En el mercado.

Mercado de carnitas.

Mercado de carnitas.

Mercado de abastos.

Toro de fuego

Castillo de Fuego en honor a la Guadalupe.

Fue con Omar, Cody y Gali que salimos a una noche loca, donde los efluvios alcohólicos del Mezcal atrajeron alebrijes de piel húmeda y brillante de arco iris hasta mis sueños tentándome con la fruta prohibida.

Omar y Cody.


Por mi parte me deje ir, escapando en brazos de Morfeo inyectado de su anestesia encargada de confabular con el licor y amanecerme con un terrible dolor de cabeza que hacía mucho tiempo no sentía.

Estaba montando en el taxi que llaman colectivo que por menos de treinta céntimos te llevan a ti y otros cuatro pasajeros, si cuatro, en la zona de la palanca de cambio se coloca un almohadón y listo, hay tienes el tercer lugar delantero, cuando un Walking Dead intento levantarse del bordillo de la acera en el que estaba sentado, con las piernas estiradas y la cabeza descolgada hacia delante de la que pendía un hilito vibrante que conectaba con la vomitona sobre la camisa y la bragueta de los pantalones de pinzas.

Estaba desnucado en el suelo, el anterior sobre una carreta.

La maniobra no resultaba sencilla, primero se tumbo desplomándose hacia atrás y acto seguido rodando sobre su panza tras unos cuantos intentos de balanceo mudo, frenado, como a cámara lenta.

Su aspecto por detrás, como buen WD no defraudaba, cagado, la roncha de mierda se extendía desde la parte alta de la pernera cubriendo todo el trasero donde adquiría un color mas oscuro y empapaba hasta la parte de los riñones de la camisa mal metida por dentro de la cinturilla.

Después la maniobra de ponerse a gatas  se complicó, pues los brazos cedían entumecidos de alcohol dando de bruces contra el hormigón la cara del pobre diablo.

No fue más fácil plantarse sobre las piernas y pasar de cuatro puntos de apoyo a dos, por suerte para él, el taxi estaba cerca y fue el báculo perfecto, ya que no solo le sostenía si no que su intención era que le regresara a casa, probablemente a una que perdió hace tiempo y que la ex mujer cerraría a cal y canto según se acercara.

Nuestro chofer, experto en tratar estos zombis actuó rápido...-cierren las puertas, suban las ventanillas- y fue que el pestilente hombrecillo fue buscando una entrada en la caja con ruedas hasta que dio con el maletero, estoy seguro que la visión borrosa no le dejaba discernir que demonios de puerta estaba abriendo pero supongo que tampoco le importaba mucho viajar en cualquier lugar, al fin y al cabo la dignidad se la robo el mezcal y el aguardiente hace tiempo y se arrastraba por la calle meado, cagado y vomitado tarde si y tarde también.

De estos fueron unos cuantos que pude ver en la ciudad, no es la primera vez que veo enfermos de alcoholismo, pero si tantos y tan jodidos.

Super Yuta.

Fue Oaxaca que me devolvió a Yuta del que estuve separado como una semana desde el paso de Cortes. Ya ves tu, al principio acepte viajar juntos, imponiéndome que le echaría una mano con mi compañía y sobre todo con mi forma de desenvolverme pero que no le "cargaría" mas allá del DF y resulto que mi prepotencia se desmorono al encontrar un compañero excepcional al que había echado de menos los últimos días.

ZigZag a Hierve el Agua.

-Tenéis que ir a hierve el agua- nos insistió Arom. Lo único es que nos obligaba a rodar por unas rampas de tierra que se quiebran en una costura aguda escalando sobre la falda de la montaña. Nada que no se resuelva con tozudez y tiempo.

Tuvimos que acampar y posponer la subida. Adios al sol.

Rampas para desayunar.

Hoy tocó montaña de la buena de verdad, rampas brutales nos han conducido por un camino de tierra hasta Hierve el Agua.


Collado

¡Qué sitio tan bonito! De diferentes manantiales junto a un cortado, brota agua que se vacía en piscinas naturales color turquesa, estas pozas se desbordan formando una cascada que se precipita hacia el abismo de un valle verde de encinas y otros árboles. El punto está en que no es una cascada común, si no que está petrificada por miles de años de agua rica en minerales y sobre la que sigue discurriendo destellante la líquida y fina capa que alimenta la mole calcárea. Imagina bucear algunos metros y emerger despacio, justo hasta la barbilla para poder tomar aire y asomar la mirada al vértigo del agua.

Cascada eterna.

Recompensa.

Esto debe de ser lo que llaman piscinas infinitas.
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Cerca de ese lugar, a unos cientos de metros por encima, alcanzado de nuevo el collado tenemos el campamento, debajo de un cielo velado por la luna llena que ilumina con más claridad de la que cabría esperar en la noche y con el viento agitando el nylon de la tienda.

Extracto de correo

Campamento.

Fue esa misma mañana, que siguió a la redacción de este correo, que prepare mi desayuno de café con galletas, mirando hacia el valle, mientras las nubes coquetas, desplegaban sus abanicos de luz posándolos delicadamente en el perfil de las lomas.

Abanico de luz.

Vistas desayunando.

Regresando a la carretera general.

-Ey  chico, monta, te cruzamos-
-No, gracias amigo, prefiero ir en bici.-
-Mira que esta muy cabrón el viento, ha llegado a tumbar trailers. ¿estás seguro que no quieres que te llevemos?-

Hasta dos camionetas pararon para invitarme a cruzar esa zona del istmo de México llamada La Ventosa y que se queda chica en el nombre. A esas alturas estaba solo y era tarde, pero ya había tenido mis batallas ganadas ese día y no era el momento de tirar la toalla. Vamos por partes.

Aun con el sabor del café del desayuno en el paladar me concentro en el neumático trasero de Yuta, no puedo perderlo de vista por que rodamos muy pegados, no a mas de 30 centímetros y no tengo ganas de golpear con mi rueda de dirección y pegarme una ostia.

Es la única manera de mitigar el fuerte viento racheado que te cambia la trayectoria cuando menos lo esperas. Ahora le toca a mi compañero parapetarme, aunque no se si es muy buena idea, el pobre pesa cincuenta kilos y es una plumita combatiendo un huracán y como no podía ser de otra manera, este, cumple sus amenazas, y en un resoplido de mala leche saca al japonés de la carretera que tiene que frenar de emergencia.

La ventosa y sus alrededores están plagados con miles de generadores.

Por supuesto, no me da tiempo a reaccionar en tan corta distancia y le alcanzo por detrás con toda el equipo. Mi pie izquierdo rota sobre el pedal automático, el talón se mete entre la rueda y escucho un quejido sordo y metálico por parte de Cleta.

Desde ese preciso instante lo se, Bicicleta es una guerrera y nunca se queja sin motivo. Y aunque el sollozo ha sido mudo, como aspirándolo para que yo no lo escuche la reviso detenidamente. El diagnostico no es bueno, le he partido dos radios, y con el peso que carga no seria muy inteligente continuar y exponerse a que su rueda se doble y se desbarate, tomo la decisión rápido, no dice nada y tuerce una sonrisa apretada para tranquilizarme pero yo se que le duele y mucho.

Me despido de Yuta, le animo a que continúe sin nosotros y le emplazo a encontrarnos al día siguiente. Bicicleta y yo intentaremos llegar a la localidad que dejamos hace un par de horas, lo hacemos en 45 minutos, de repente ese viento se convierte en una mano amiga que nos lleva en volandas.

Ya en el pueblo, encuentro una tienda que tiene la medida de rayos que necesito y un mozo de taller poco hablador y con herramientas desgastadas pero increíblemente rápido y habilidoso, en veinte minutos me soluciona el problema. Me ha costado poco más de un Euro y me lanzo de nuevo al infierno.

No podía creerlo, nunca en la vida, ni en la cumbre más ventosa había experimentado algo igual. El viento lateral, fortísimo y constante se convertía por tres o cuatro minutos en una ola invisible de un mar embravecido contra el que siempre vas a perder.

Para que os hagáis una idea, estas rachas lograban levantar a Bicicleta de su parte delantera y la hacia pivotar 45º sobre la rueda trasera, como si de una veleta se tratase. Arrastrándome a mi detrás sin soltar el manillar, solo quedaba esperar ofreciendo la mínima resistencia posible y aguantar los embates hasta que se calmara y poder caminar a duras penas.

Pfffffffffffiiiiiiuuuuu, de forma súbita el bufido ensordecedor en los oídos se detuvo, había cruzado la famosa Ventosa y un curva a la derecha me posicionaba con una ligera brisa desde atrás, que me ayudó e hizo compañía hasta el cultivo de grano que haría las veces de jardín y hogar por esa noche.

La luna tiene envidia del sol.

Fueron como dos eternas horas para recorrer los cuatro o cinco kilómetros de ese tramo, pero mereció la pena solo por sentir la experiencia de cuando los elementos se ponen brutos.  Yuta no lo consiguió y por lo que me contó más adelante una corriente le hizo despegar con bici incluida en la caja de una pick up que le ayudó a cruzar.

Sobre la carretera, pintado con spray azul se puede leer las iniciales WS y CS con flechas que indican un desvío hacia el pueblo. Todo viajero en bici las identifica rápidamente y sabe que se trata de la red de hospitalidad WarmShowers y CouchSurfing. Si no la encuentras da igual, cualquiera que te vea con la bici cargada va a saber lo que buscas y te va a indicar como llegar a la casa.

Hombre maduro de complexión fuerte y pecho poderoso, pelo negro frondoso y mirada directa a los ojos que desvela un carácter férreo, enérgico y amable al tiempo.

Rodrigo y su familia.

Rodrigo, maestro en mostrar con el ejemplo lo que es la hospitalidad con mayúsculas y sin reservas. Ofrece lo que tiene en lo que el llama un acto egoísta. -Pensáis que lo que hago es por vosotros y estáis equivocados, esto lo hago por mi, me permitís entrenar ese músculo llamado dar, y cuando ya no tienes reparo en ejercitarlo, lo que obtienes a cambio es inmenso.-

Recuerdo que estábamos desayunando, ni más ni menos que cuatro ciclistas, los dos hijos pequeños, la esposa de Rodrigo y este ultimo, que recibe una llamada. Tiene espías en cada entrada del pueblo con ordenes de llamar si ven entrar algún ciclista por la carretera. Sale corriendo, los intercepta y en unos minutos ya somos dos personas más a la mesa. Esa familia debería ser un ejemplo a seguir. Increíble


Verdes valles de hierva alta nos llevan hasta San Cristóbal de las Casas para el veinticinco de diciembre, de allí entre montañas, pinares y casas de madera  a la selva de altura, cabalgamos sus extrañas nubes que se enredan entre la vegetación y le roban la luz al sol escondiéndola dentro de sí, refulgiendo. Y siguiendo el curso de agua roto en cien cascadas turquesa  llegamos a Palenque  con el cambio de año.

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Chiapas, cuna del movimiento zapatista.

Los pinos dan paso a la selva.

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Palenque.

Fueron tres apariciones en veinte kilometros, que cada uno saque conclusiones. ($)

Las nubes juegan a ser niebla por las mañanas.

Comienza la extensa zona arqueológica Maya.

He pasado navidad y fin de año bien diferente a lo que estoy acostumbrado, esta vez no he tenido regalo envuelto en papel de charol pero pude disfrutar del calor y el cariño de lo que ya son nuevos amigos que enriquecen mi yo.

Preparativos de nochevieja.

Jump!

A los guías les gusta exagerar. Con voz emocionada nos explicaron que era un gran misterio como se habían subido las piedras de la pirámide....estoooo, solo pesan como mucho cincuenta kolos, chato.

Mega arbol de Tule.

Pudor. A veces los chicos también usan camiseta.

Es común el día que me paran, preguntan y me dan la bienvenida.

Chihuahua.

Que no se nos olvide.


A los que me leéis, un abrazo.